El espacio que actualmente ocupa el Paseo del Prado, en concreto, el tramo entre Atocha y las 4 Fuentes, era en el siglo XVIII una alameda, lindante con algunas huertas y con un barranco que daba lecho al arroyo de Valnegral. Antes de esta fecha, hay pocos sitios que destacar, como el estanque construido por Felipe II en 1569, estanque donde el rey intentó simular la toma de un castillo con la construcción de 8 galeras para recreo de la reina.
Pero el surgimiento del Paseo del Prado como tal no vino hasta la época de Carlos III, momento en el que se inición la transformación de la zona y su acondicionamiento como una de las principales vías de la ciudad. Bajo este reinado se inició el proyecto de nivelado de la zona en sus tres partes, llamadas de San Fermín, San Jerónimo y de Atocha, con este proyecto se construyó una mina que encauzaba las aguas del arroyo, desde la puerta de Recoletos a Atocha, obra que se complementó con la construcción de un colector en Atocha, permitiendo alisar el Prado.
Tambvién con Carlos III se situó la zona para el Jardín Botánico, de antigua presencia en la ciudad y que había sufrido varios traslados. Fue Felipe II quien a instancias de su médico creó el primer jardín botánico en ARanjuez, pionero de toda Europa. Luego Fernando VI lo pasó a la ciudad, al Soto de Migas Calientes, a als orillas del Manzanares. Pero el alargamiento del Prado hizo que Carlos III trasladara el jardín a su actual emplazamiento, al llamado Prado viejo en 1744. El recinto fue adornado por una engalanada verja de hierro, ornamentado en el centro por una sencilla portada clásica de granito donde una inscripción indica que fue construida por Carlos III. Al fondo del Paseo donde comienza el Prado hay una elegante portada con 4 columnas dóricas que dan ingreso a la cátedra botánica. También encuadran el recinto la biblioteca y el herbario, donde se reúnen más de 30 mil especies diferentes.
Al otro lado del Botánico y contiguo a la Platería de Martínez hubo durante mucho tiempo desde el reinado de Fernando VII hasta los últimos años de Isabel II, un famoso espectáculo conocido como Diorama, espacioso edificio en cuya parte principal se reconcía el interior del templo de San Lorenzo de El Escorial. Habia además en llos salones altos y bajos del edificio otras vistas en el Diorama, como la del Coro de Capuchinos de Roma y la del panteón del mismo Escorial. Había en el edificio como curiosidad un salón de física recreativa.
Desde el siglo XIX, este espacio fue el escogido por la nobleza para pasear. Fue en esta etapa donde una parte del Prado comenzó a tener especial trascendencia, se trata de la calzada cercana a las casas desde la esquina de la calle Atocha hasta la plaza de Neptuno, donde estaba el palacio de Medinaceli, tramo que desde mediados de siglo
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